Columna de Héctor Soto: La derecha en modo avión
Hay, ciertamente, un abismo entre lo que representó la derecha el 2010, cuando para el sector todo era una gran promesa, y lo que representa hoy, cuando todo es de una gran incertidumbre. A estas alturas, ni siquiera están claros los bordes de la derecha.
Cuando Sebastián Piñera entró a La Moneda en marzo de 2010, las expectativas de la derecha eran altas y el sector quizás no dimensionó la imprudencia del nuevo Mandatario cuando dijo que su gobierno había hecho en 20 días más que la Concertación en 20 años. Fue un despropósito, por cierto, aunque ese primer mandato no fue ningún desastre. Aparte de volver a crecer y de aprovechar la bonanza del ciclo de los commodities, el país pudo reponerse pronto del descalabro del terremoto del 28 de febrero y pudo generar el millón de nuevos empleos que Piñera había prometido. Fue notable. Lo que no estuvo a la misma altura fue la gestión política, porque, a pesar de los éxitos, el gobierno apenas movió las agujas con reformas importantes y tuvo que lidiar con movimientos sociales y estudiantiles bravos. El oficialismo, por su parte, nunca logró acordar lealtades mínimas y, mucho antes de que expirase el mandato, el regreso al poder de Bachelet era inevitable.
Es cierto que la desazón de esa experiencia fue subsumida en la derecha, a partir de 2014, por la desazón incluso mayor asociada al gobierno de Michelle Bachelet. Fue un sentimiento que la derecha compartió, por lo demás, con todo el país. Es difícil dar con otro gobierno de reformas tan extraviadas como el de la Nueva Mayoría. Aprobó todas las que quiso y ninguna le resultó desde el prisma político. La coalición llegó tan desangrada a la elección siguiente, que tuvo que escoger a un abanderado que no era de sus filas. Al final, el desenlace de la experiencia le dio la razón a Bachelet, que poco antes había afirmado que "cada día puede ser peor".
Ella lo dijo por su segundo gobierno, por supuesto, pero pudo haberlo dicho también por el segundo de Piñera, que partió con tantas expectativas como la vez anterior, que se topó de inmediato con un escenario externo difícil y que, tal vez por eso, no pudo cumplir sus mayores promesas. Con una economía discreta, con un clima político envenenado por el obstruccionismo opositor y con un manejo político donde no hubo día en que la incontinencia presidencial no planteara un problema, los equilibrios eran precarios. Lo que nadie pudo prever era que el estallido del 18 octubre los rompería con la violencia que lo hizo. Se dice que fue por la desigualdad. Pero ningún factor parece capaz de explicar la magnitud del fenómeno.
Hay, ciertamente, un abismo entre lo que representó la derecha el 2010, cuando para el sector todo era una gran promesa, y lo que representa hoy, cuando todo es de una gran incertidumbre. A estas alturas, ni siquiera están claros los bordes de la derecha. Tampoco sus liderazgos, que también se han desdibujado. Es posible que una parte del sector se siga reconociendo en el actual gobierno. Pero hay otro que claramente no. Como quiera que sea, no es una impertinencia preguntar dónde quedó el resto. ¿Desapareció o está invisibilizado? ¿Se prepara para rechazar la nueva Constitución? ¿O es más bien para aprobarla? ¿Es viable una opción política que mantenga su cohesión e identidad lo mismo ganando que perdiendo ante un dilema tan crucial como el de abril próximo?
No es fácil responder estas preguntas. No lo es, entre otras cosas, porque Piñera prefirió salir al encuentro del descontento y las manifestaciones renunciando a su programa y sumándose al llamado despertar de Chile. Si es lo que correspondía hacer está por verse. Lo que sí está claro es que en ese tránsito el Mandatario parece haber perdido muchos más adeptos en la derecha que los que eventualmente haya podido ganar en el centro o la izquierda.
Hay otro factor que complica el puzzle. Algún día habrá que reconocer que a Piñera le tocó difícil. Básicamente, porque hay una izquierda mucho más fáctica de lo que se pensaba. Siempre se creyó que la política fáctica era privativa de la derecha. No es así. Ante la perspectiva de echar abajo un gobierno que desprecia, pero que debiera respetar (solo por tener un mandato democrático, por nada más), hay grupos de izquierda dispuestos a todo: a avalar la violencia y el desorden, a saltarse las formas, a destruirlo todo. El problema adicional es que estas fugas antidemocráticas han contado con el apoyo de una fracción atendible de la población.
Aunque ninguno de estos datos sea estimulante para la derecha, es a partir de ellos que el sector tendrá que rearmarse. Hoy pareciera haberse gasificado. En los próximos meses, sin embargo, tendrá que recomponerse y deberá hacerlo -al fin- sin Piñera. ¿Cómo? Se supone que asumiendo lo que ha sido y representado como sector político, poniendo mucho ojo a las variables de justicia social del sistema, enfatizando los valores de la libertad y el orden, jugándose en contra de la página en blanco, la misma con que sueñan quienes quieren que Chile vuelva a fojas cero, y defendiendo como corresponde la experiencia de estabilidad, desarrollo y progreso democrático que el país cumplió en los últimos 30 años. A este lado del espectro no se necesita reinventar la rueda.
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